[¡Hola! Esta es otra de las secciones nuevas del blog, a la que llamé #tips y curiosidades, pero en verdad no tiene ningún nombre oficial. Son solo algunas instancias en las que quiero aprovechar a contarles cosas que me preguntan mucho o que creo que pueden llegar a ser útiles, aunque siempre dude un poco de mi capacidad para transmitir algo útil, ja. Empecé a planificarlas y escribirlas el año pasado porque muchos de ustedes me preguntaron por este tipo de cosas —tal vez recuerden que les pregunté en Instagram qué tipo de entradas querían leer— y hasta les expliqué a varios cuál era mi sistema en su momento.]
Por la cantidad de cosas que suelo hacer, mucha gente piensa que debo de ser una persona muy organizada, que tiene todo bajo control y sabe administrar su tiempo. Probablemente, hasta me es fácil hacer tantas cosas juntas. Guess what: no. En serio, no.
Toda la vida fui una persona bastante desordenada y caótica. De esas que tienen ataques de ordenar su cuarto, pero a los días se va convirtiendo de nuevo en una maraña de cuadernos y ropa y quién sabe qué cosas. Antes del año pasado, podía dejar la cama deshecha por días y días —es algo que logré resolver, por suerte— las cosas pendientes se acumulaban tanto o más que mi ropa. ¿Qué cambió? Bueno, no hay soluciones mágicas. Fui buscando alternativas que se ajustaran a mí hasta dar con lo que me servía.
Mi mayor error fue pasar de un extremo al otro. De tener cero organización y pasar horrible, a crearme horarios y esquemas súper complejos, exigentes, imposibles de seguir. Oscilé entre esas cosas durante años hasta que, claro está, no aguanté. Es cierto que siempre anduve metida en muchas actividades y que eso me dejaba exhausta, pero una mejor administración de mi tiempo habría hecho que las cosas fueran más llevaderas.
Lo que quiero decir con esto es que ser una persona organizada no necesariamente significa tener un montón de horarios y tablas y cosas súper ajustadas y detalladas. Es muy posible que para algunos esa sea una solución y les haga la vida más sencilla, pero no es la única forma y, sin duda, no es la mía. De este mismo modo, también sé que dejar que las cosas pasen porque ya las haré cuando tenga ganas o tiempo no me me sirve, aunque otros se estresen si no pueden vivir de esta manera. Acá somos todos distintos y eso es algo bueno. La cuestión es: ¿qué es lo que logré que me funcionara?
Una estructura, sí, pero flexible. Que me permita organizar qué tengo que hacer y cuándo, pero también mover las cosas de lugar según mi situación y los imprevistos. Un punto medio entre esa hiperorganización y la nada misma entre las que venía oscilando.
¿Cómo llegué a esto? Lo primero fue poner en papel —aunque supongo que se puede hacer en digital, solo que a mí me gusta mucho hacer estas cosas a mano— mis tareas pendientes y las cosas que quería hacer. Por ejemplo, las tareas de la facultad, reseñar, corregir y escribir. No cosas puntuales, sino las que seguramente tuviera que repetir de forma constante. Entonces, distribuí todas esas cosas a lo largo de la semana. Así, planifiqué el mes entero, pero no más que eso para no estresarme —y porque cada mes tiene sus propias exigencias, eso lo aprendí sobre la marcha.
No puse más de dos tareas por día. En todo caso, la tercera podía ser leer o esos asuntos puntuales que mencioné antes. Al hacer eso, todos los días iba a haber completado algo, aunque fuera una o dos cosas. Al final de la semana, iban a ser muchas más. Ni hablar a fin de mes. Sin embargo, no iba a ser tan agotador como intentar lidiar con cuatro o cinco cosas por día con el afán de trabajar un montón.
Creo que eso último es lo más importante: reducir el agotamiento, tanto físico como mental. Si yo ya sé hice las dos cosas que me planteé hacer, como escribir y traducir para la facultad, voy a sentirme realizada por el día. También voy a quedarme con la sensación de no haber hecho mucho y, por lo tanto, voy a estar menos cansada. Y si ya sé que solo reseño los martes, no voy a estar el resto de la semana con culpa por no estar haciéndolo, porque solo pienso en eso el día que me corresponde.
A su vez, si no logro hacer una tarea el día asignado, sé que tengo la flexibilidad suficiente para moverla a otro día, porque por algo dejé ese espacio libre. Nada es tan rígido como para que dejar de hacer algo se considere un fracaso. Es solo un ligero cambio de planes.
Utilicé para esto distintos métodos. Uno de ellos fue poner un post-it por semana al lado de mi escritorio e ir tachando las cosas ya hechas, lo que me resultó muy útil por algunos meses, pero después me aburrió. Luego, pasé a un cuadernito —sin convertirlo en un bullet journal—, pero no me resultaba tan fácil ponerme a mirarlo como con los post-it. Por Navidad, una amiga me regaló un planificador semanal —el de la foto— que tengo siempre a la vista en mi escritorio y que me viene salvando la vida en general, sobre todo para lo inmediato y para tener siempre una idea de lo que pasa en mi semana.
Ahora mismo estoy probando también usar el calendario de Google, en el que además puedo marcar las cosas puntuales como tareas o recordatorios, pero no tiene la misma gracia que escribir a mano, al menos para mí. Lo bueno es que se puede tener varios calendarios —por ejemplo, yo tengo uno personal, uno de escritura, otro de la facultad, incluso compartidos como los del #Clubdelectura.uy y #UnAñoConLasBrontë. Puede parecer confuso, pero rinde.
Esta cuestión de elegir lo mejor la voy a dejar a gusto de cada uno de ustedes, ya que ni siquiera yo logré determinar qué método me gusta más. He probado un montón de apps para organizarme, que al final solo me provocaron más estrés y ni siquiera las miraba. Al final, puede que los métodos sean adecuados para distintas etapas de la vida, no para siempre.
Ahora mismo estoy probando también usar el calendario de Google, en el que además puedo marcar las cosas puntuales como tareas o recordatorios, pero no tiene la misma gracia que escribir a mano, al menos para mí. Lo bueno es que se puede tener varios calendarios —por ejemplo, yo tengo uno personal, uno de escritura, otro de la facultad, incluso compartidos como los del #Clubdelectura.uy y #UnAñoConLasBrontë. Puede parecer confuso, pero rinde.
Esta cuestión de elegir lo mejor la voy a dejar a gusto de cada uno de ustedes, ya que ni siquiera yo logré determinar qué método me gusta más. He probado un montón de apps para organizarme, que al final solo me provocaron más estrés y ni siquiera las miraba. Al final, puede que los métodos sean adecuados para distintas etapas de la vida, no para siempre.
Sea como sea, lo importante es eso: tener una estructura flexible que permita evitar el agotamiento físico y mental. No muchas tareas por día, no pensar en las tareas que no tocan ese día y saber que cambiar algo de día no es un fracaso. Así, al final de la semana y al final del mes, se van a dar cuenta de que hicieron un montón de cosas sin haberlas sentido tanto como en otras ocasiones. Al menos, a mí me funciona así.
¿Van a probarlo? ¿Tienen sus propios métodos para organizarse? ¡Cuéntenme cuáles!