miércoles, 26 de febrero de 2020

¿Cómo me organizo en la vida diaria?



[¡Hola! Esta es otra de las secciones nuevas del blog, a la que llamé #tips y curiosidades, pero en verdad no tiene ningún nombre oficial. Son solo algunas instancias en las que quiero aprovechar a contarles cosas que me preguntan mucho o que creo que pueden llegar a ser útiles, aunque siempre dude un poco de mi capacidad para transmitir algo útil, ja. Empecé a planificarlas y escribirlas el año pasado porque muchos de ustedes me preguntaron por este tipo de cosas —tal vez recuerden que les pregunté en Instagram qué tipo de entradas querían leer— y hasta les expliqué a varios cuál era mi sistema en su momento.]

Por la cantidad de cosas que suelo hacer, mucha gente piensa que debo de ser una persona muy organizada, que tiene todo bajo control y sabe administrar su tiempo. Probablemente, hasta me es fácil hacer tantas cosas juntas. Guess what: no. En serio, no.

Toda la vida fui una persona bastante desordenada y caótica. De esas que tienen ataques de ordenar su cuarto, pero a los días se va convirtiendo de nuevo en una maraña de cuadernos y ropa y quién sabe qué cosas. Antes del año pasado, podía dejar la cama deshecha por días y días —es algo que logré resolver, por suerte— las cosas pendientes se acumulaban tanto o más que mi ropa. ¿Qué cambió? Bueno, no hay soluciones mágicas. Fui buscando alternativas que se ajustaran a mí hasta dar con lo que me servía.

Mi mayor error fue pasar de un extremo al otro. De tener cero organización y pasar horrible, a crearme horarios y esquemas súper complejos, exigentes, imposibles de seguir. Oscilé entre esas cosas durante años hasta que, claro está, no aguanté. Es cierto que siempre anduve metida en muchas actividades y que eso me dejaba exhausta, pero una mejor administración de mi tiempo habría hecho que las cosas fueran más llevaderas.

Lo que quiero decir con esto es que ser una persona organizada no necesariamente significa tener un montón de horarios y tablas y cosas súper ajustadas y detalladas. Es muy posible que para algunos esa sea una solución y les haga la vida más sencilla, pero no es la única forma y, sin duda, no es la mía. De este mismo modo, también sé que dejar que las cosas pasen porque ya las haré cuando tenga ganas o tiempo no me me sirve, aunque otros se estresen si no pueden vivir de esta manera. Acá somos todos distintos y eso es algo bueno. La cuestión es: ¿qué es lo que logré que me funcionara?

Una estructura, sí, pero flexible. Que me permita organizar qué tengo que hacer y cuándo, pero también mover las cosas de lugar según mi situación y los imprevistos. Un punto medio entre esa hiperorganización y la nada misma entre las que venía oscilando.

¿Cómo llegué a esto? Lo primero fue poner en papel —aunque supongo que se puede hacer en digital, solo que a mí me gusta mucho hacer estas cosas a mano— mis tareas pendientes y las cosas que quería hacer. Por ejemplo, las tareas de la facultad, reseñar, corregir y escribir. No cosas puntuales, sino las que seguramente tuviera que repetir de forma constante. Entonces, distribuí todas esas cosas a lo largo de la semana. Así, planifiqué el mes entero, pero no más que eso para no estresarme —y porque cada mes tiene sus propias exigencias, eso lo aprendí sobre la marcha.

No puse más de dos tareas por día. En todo caso, la tercera podía ser leer o esos asuntos puntuales que mencioné antes. Al hacer eso, todos los días iba a haber completado algo, aunque fuera una o dos cosas. Al final de la semana, iban a ser muchas más. Ni hablar a fin de mes. Sin embargo, no iba a ser tan agotador como intentar lidiar con cuatro o cinco cosas por día con el afán de trabajar un montón. 

Creo que eso último es lo más importante: reducir el agotamiento, tanto físico como mental. Si yo ya sé hice las dos cosas que me planteé hacer, como escribir y traducir para la facultad, voy a sentirme realizada por el día. También voy a quedarme con la sensación de no haber hecho mucho y, por lo tanto, voy a estar menos cansada. Y si ya sé que solo reseño los martes, no voy a estar el resto de la semana con culpa por no estar haciéndolo, porque solo pienso en eso el día que me corresponde.

A su vez, si no logro hacer una tarea el día asignado, sé que tengo la flexibilidad suficiente para moverla a otro día, porque por algo dejé ese espacio libre. Nada es tan rígido como para que dejar de hacer algo se considere un fracaso. Es solo un ligero cambio de planes.




Utilicé para esto distintos métodos. Uno de ellos fue poner un post-it por semana al lado de mi escritorio e ir tachando las cosas ya hechas, lo que me resultó muy útil por algunos meses, pero después me aburrió. Luego, pasé a un cuadernito —sin convertirlo en un bullet journal—, pero no me resultaba tan fácil ponerme a mirarlo como con los post-it. Por Navidad, una amiga me regaló un planificador semanal —el de la foto— que tengo siempre a la vista en mi escritorio y que me viene salvando la vida en general, sobre todo para lo inmediato y para tener siempre una idea de lo que pasa en mi semana.

Ahora mismo estoy probando también usar el calendario de Google, en el que además puedo marcar las cosas puntuales como tareas o recordatorios, pero no tiene la misma gracia que escribir a mano, al menos para mí. Lo bueno es que se puede tener varios calendarios —por ejemplo, yo tengo uno personal, uno de escritura, otro de la facultad, incluso compartidos como los del #Clubdelectura.uy y #UnAñoConLasBrontë. Puede parecer confuso, pero rinde.

Esta cuestión de elegir lo mejor la voy a dejar a gusto de cada uno de ustedes, ya que ni siquiera yo logré determinar qué método me gusta más. He probado un montón de apps para organizarme, que al final solo me provocaron más estrés y ni siquiera las miraba. Al final, puede que los métodos sean adecuados para distintas etapas de la vida, no para siempre.

Sea como sea, lo importante es eso: tener una estructura flexible que permita evitar el agotamiento físico y mental. No muchas tareas por día, no pensar en las tareas que no tocan ese día y saber que cambiar algo de día no es un fracaso. Así, al final de la semana y al final del mes, se van a dar cuenta de que hicieron un montón de cosas sin haberlas sentido tanto como en otras ocasiones. Al menos, a mí me funciona así.

¿Van a probarlo?  ¿Tienen sus propios métodos para organizarse? ¡Cuéntenme cuáles!

miércoles, 19 de febrero de 2020

La hermana luna - Reseña

Cuando Tiggy D'Aplièse acepta trabajar en una de las zonas más recónditas de Escocia, en concreto en la enorme finca Kinnaird, nada le hace sospechar que el misterioso terrateniente, Charlie Kinnaird, está a punto de alterar su futuro e, irónicamente, revelarle su pasado. En su nuevo hogar Tiggy descubrirá que tiene un don, el sexto sentido, una herencia de sus antepasados gitanos.
Lucía Amaya-Albaycín nació en 1912 en el barrio del Sacromonte, frente a la Alhambra, y la apodaron La Candela. En su destino está escrito convertirse en una de las grandes bailarinas de la historia, y por eso su padre se la lleva a los bares de flamenco de Barcelona con solo diez años. Al estallar la Guerra Civil, Lucía y su grupo de bailaores se ven obligados a buscar refugio en Nueva York. Pero para ver cumplido su sueño Lucía tendrá que elegir entre la pasión por el baile o el hombre al que ama...
Conforme conoce sus raíces españolas y desentraña el pasado de su familia, Tiggy comienza a aceptar y a controlar su don sin saber que ella también deberá tomar una difícil decisión, no muy distinta a la que en su día afrontó Lucía.

A esta altura de la vida, probablemente ya sepan que esta es una de mis sagas más queridas. Es más, quizás me hayan oído decir que leo los libros con mi abuela, para después comentarlos juntas, cosa que me hace muy feliz. Este se lo di primero a ella porque estaba muy impaciente y luego lo leí este verano, en la playa —aunque no es un libro tan de verano como el anterior—, emocionada por poder volver a esta historia. Con todo el dolor de mi alma, tengo que decir que por ahora es el que menos me gustó de la saga y, en verdad, tampoco me gustó mucho en sí. Voy a explicarles bien por qué, pero sepan que me duele un montón escribir esta reseña. 

Quiero avisar también de que no es necesario leer los anteriores para entender, aunque es recomendable. Si les interesa leer mis reseñas de los demás libros, estos son La historia de Maia, La hermana tormenta, La hermana sombra y La hermana perla. Por ahora, mi favorito sigue siendo el tercero. Y si están leyendo la saga, no dejen de contarme cuál es su favorito hasta el momento ♥. 

Bueno, al igual que en los demás libros, la novela se divide en la trama del presente y en la trama del pasado. Por un lado, seguimos a Tiggy, la quinta hermana. Siempre se ha hecho referencia a ella como la hermana espiritual y es realmente poco lo que sabemos de su persona a lo largo de la saga. Sabemos que trabaja en refugios de animales y que tiene un vínculo muy especial con ellos, y es así como la encontramos al inicio del libro: dejando su trabajo actual para seguir cuidando unos gatos monteses escoceses en su nuevo hogar, una enorme propiedad en Escocia. Por este motivo, Tiggy empieza a trabajar en la finca de los Kinnaird, regentada por el laird Charlie. Allí conoce también a Cal y a Beryl, que trabajan en la finca, y a Zara, la hija de Charlie. También está Ulrika, la esposa de Charlie, y Zed, un ricachón que la hace sentir muy incómoda, pero esos dos no son personajes que nos agraden demasiado. Y está Chilly, un viejo gitano que dice haber conocido a la abuela de Tiggy...

Por otro lado, la historia del pasado no se centra solamente en Lucía, como dice la sinopsis, sino que esta actúa como eje para contarnos más sobre la madre de esta, María, y su propia hija, Isadora. Tres generaciones de gitanas españolas con vidas muy diferentes en tiempos históricos bien distintos. La historia empieza a principios de siglo, cuando María se enamora de José, que debe de ser el peor de los partidos posibles, y su vida se convierte en pura pobreza y amargura, salvo por sus hijos, a los que adora. Sin embargo, la vida es muy mezquina con ella y ni eso le va a dejar, pero no voy a contarles mucho al respecto. Lucía, su única hija mujer, tiene un talento innato para el baile, lo que se convierte en la esperanza de la familia, aunque el contexto histórico no la favorezca. Y, más adelante, Isadora se convierte en una muchacha amable e inocente con mucha mala suerte en la vida. 

Tengo que admitir que esta vez ninguna de las historias me llegó mucho, aunque preferí la de Tiggy porque Lucía me cayó muy mal. Sin embargo, Tiggy tampoco es santo de mi devoción. Antes de pasar a hablar de los personajes, quiero decir que en sí no hay nada mal con las tramas, son historias ineresantes y bien pensadas, en su mayor parte, y probablemente resulten mega entretenidas. No me convencieron los finales —leí en diagonal porque perdía el bus, además—, en especial de la de Tiggy, pero voy a ahondar en eso más adelante. En general, debo decir que a la mayoría de los personajes los noté out of character y algo forzados, lo que se nota especialmente en los diálogos.

Respecto a Tiggy, me pasó exactamente lo opuesto que con CeCe. Tenía mucha curiosidad y expectativas por ella, pero me sorprendió para mal. Aunque se la presenta como a una joven de mente abierta y muy liberal, y en ocasiones lo es, en general es bastante conservadora y, en algunos momentos —esto me duele muchísimo—, hasta machista. De hecho eso último me sorprendió porque no era el tono de las novelas anteriores, pero en esta hasta Ally hace una aparición y suelta una diatriba contra las feministas que me dejó impactada porque ni al caso venía. No soy muy fan de los personajes buenos y abnegados que además son más bien inocentones y moralistas, así que Tiggy no fue para mí. Sí aprecio un montón que mantuviera sus convicciones y que no se dejara convencer por gente horrible, muy al estilo Fanny de Mansfield Park, pero no logré conectar demasiado con ella ni notar demasiada evolución en su personaje, salvo el descubrimiento que hace sobre sus orígenes.

En cuanto a sus antepasadas gitanas, María me parece una mujer admirable que merecía una vida mucho mejor. Lucía, por otro lado... Intenté que me gustara. Cuando leí reseñas que decían lo insoportable que era, me dije que iba a hacer todo lo posible por quererla. No me salió. Es prepotente, creída y egoísta. Ahora bien, no tiene que gustarme. Todo esto no la hace un mal personaje, al contrario, me pareció muy bien desarrollada. Ahora, sí hizo que leer sus partes se volviera menos entretenido. De Isadora tenemos muy poca historia como para que la cuente acá, pero me dio mucha penita.

Aparte de lo que dije de los diálogos, la narración sigue siendo tan buena como siempre. Noté más problemas en la estructura, por ejemplo en lo poco creíble y emocional que es el final esta vez, pero no mucho más que eso. La historia de amor principal no tiene mucho desarrollo y no me la terminé de creer nunca, cosa que no me pasó en las entregas anteriores. Las descripciones geográficas siguen siendo fascinantes y hacen que el lector se sienta allí mismo. Disfruté de lo acogedora que era la finca Kinnaird y del lindo vínculo que hace Tiggy con la gente que vive allí, así como de conocer el Sacromonte, una España convulsionada por la guerra civil y la situación de América —del sur y del norte, eh— en esa época. No me convencieron tanto los gitanos; no sé lo suficiente del tema como para opinar y asumo que la autora se informó muy bien, como siempre, pero me dio la sensación de que estaban un poco romantizados, no sabría explicarlo.

Como ven, fue una lectura en general agridulce. Esperaba un montón de esta novela, dado lo mucho que me gustaron sus antecesoras, pero me llevé una decepción. ¿Quiere esto decir que no lo recomiendo o que no recomiendo la saga? No, no es un mal libro ni me parece que sea motivo suficiente para descartar la saga, pero eso va en cada uno. Además, todavía queda una hermana para cerrar la saga por todo lo alto. Ustedes, ¿qué opinan?

miércoles, 12 de febrero de 2020

Mujercitas - Especial

Edición definitiva de las dos partes del libro, con prólogo de Patti Smith y un apéndice en el que se señalan los pasajes censurados por sus editores originales.

«Ningún libro me sirvió mejor como guía, cuando empecé a recorrer mi camino de juventud, que Mujercitas.» Con estas palabras da comienzo el prólogo de Patti Smith a esta edición, que reproduce íntegro el texto con el que vio la luz en 1868 la célebre novela de Louisa May Alcott. Más tarde sufriría cortes y censuras -debidamente señalados en el apéndice de este libro- y la versión dulcificada fue la que leerían, en traducción, varias generaciones. También incluye la segunda parte de la historia, que la autora escribió para dar respuesta a las muchas cartas de los lectores, interesados en saber cuál sería el destino de las hermanas March, cuatro jovencitas que vivían en un pueblo de Nueva Inglaterra mientras la guerra civil hacía estragos en toda América. Han pasado muchos años desde aquel lejano 1868, pero la complicidad de Meg, Beth, Amy y Jo con las mujeres no ha muerto y son muchas las autoras, desde Simone de Beauvoir a Joyce Carol Oates, que como Patti Smith han reivindicado con entusiasmo una novela que resume el espíritu de una época y aún hoy puede regalarnos hermosas horas de lectura.


Estamos ante uno de esos libros que prácticamente no necesitan presentación. Incluso a quienes no lo leyeron seguro que les suena el título o tiene una idea básica de la historia. Por eso, pienso empezar este especial contándoles no de qué trata, sino cómo conocí Mujercitas. Si quieren una entrada que explica súper bien el argumento de la novela y los personajes, les recomiendo esta de Mel. No creo ser tan exhaustiva.

No sé muy bien cuál de estas dos cosas pasó primero, ya que era muy chica. Conocía el libro de nombre, pero no lo había leído. Llegó a mi vida de dos maneras: a través del libro J. K. Rowling vista por J. K. Rowling, una entrevista a la autora que se publicó en el año 2000 o por ahí, en donde comentaba que Jo March era una de sus heroínas favoritas. Como yo en ese entonces adoraba a la Rowling —ahora es un poco más complicado, la verdad—, traté de leer todos los libros que ella decía haber leído en su niñez y juventud. No puedo asegurar haber llegado a Mujercitas después de leer esta entrevista, aunque tengo la sensación de que sí, y de que lo hice por este motivo. Solo sé que lo encontré en la biblioteca de la escuela y, por supuesto, tuve que leerlo. No recuerdo bien si me gustó o no, aunque algunas escenas se me quedaron grabadas —los castillos en el aire, por ejemplo— y los eventos más importantes no me los llegué a olvidar. Cuando tuve la oportunidad de releerlo antes de ver la película, me dije que sí, que había llegado el momento. En verdad, lo estoy releyendo tan despacito que sigo en medio de la segunda parte, pero no quería dejar de hablarles de toda la experiencia.

Y hablando de mi relectura, charlemos un poco de la edición nueva de Lumen. La que yo leí en la biblioteca de la escuela, se imaginarán, era muy viejita y probablemente estuviera adaptada o algo así.  Esta es una versión definitiva de los dos volúmenes, sin censura, ilustrada y con apéndices. Empieza con un prólogo precioso de Patti Smith, pero también tiene una introducción que explica bastante sobre el contexto y cómo conviene leer la obra si se es joven o si se es más grande. Además, al final hay varias secciones que explican un montón más sobre la época en distintos aspectos. El rol de la mujer, la medicina, la religión, entre otros. Todo esto lo vuelve un volumen muy completo, ideal para quien quiera empaparse de all-things-Mujercitas. Es bastante gordito, sí, y pesa, pero eso se cae de maduro.

Todos los paratextos incluidos me parecen un acierto. ¿Por qué digo esto? Porque es una obra que gana muchísimo con el contexto adecuado. Leída así nomás, con nuestra mirada actual, sé bien que puede resultar una novela lenta, aburrida, machista y llena de moralina. No quiero invalidar esas opiniones, pero creo que las cosas cambian cuando la miramos con el cristal de su época. La introducción misma nos explica por qué fue un libro que revolucionó la novela juvenil como se la conocía, que incluso se consideró poco cristina en ciertos aspectos y que trata el rol de la mujer de una forma muy directa. Una novela que, además, reivindica la importancia de la vida cotidiana de las mujeres. No voy a explayarme al respecto, pero sí quiero dejar claro que considero fundamental estudiar un poco sobre la época y sobre la autora para poder entender mejor la novela y, en verdad, también la película.

En fin, ¿de qué trata Mujercitas? Dicho así nomás, de la vida de la familia March. Esta familia está conformada por cuatro hermanas y sus padres. El padre se encuentra ejerciendo como capellán en el frente, dado que nos ambientamos en la Guerra de Secesión, por lo que la madre, a quien llaman Marmee, es la encargada de cuidar a la familia. Las hermanas son Meg, Jo, Beth y Amy, muy distintas entre sí. También podríamos incluir a una tía muy particular y a Hannah, la criada, que vive con ellos y que es parte del día a día de la familia. Los vecinos, los Laurence —el señor Laurence, su nieto Laurie, el profesor Brooke— también forman parte del entorno familiar de los March. A través de episodios de sus vidas a lo largo de algunos años, vemos a estos personajes crecer, madurar, sufrir y vincularse como si de personas reales se tratase. Y así han impactado tanto en distintas generaciones desde su publicación.

No quiero comentar mucho más de la historia en sí, pero me gustaría hablarles un poco de los personajes. De esa madre abnegada que, a pesar de parecer perfecta, admite hacer un trabajo diario muy grande para contener sus enojos. De Meg, que quiere tenerlo todo y recibe más de un baño de realidad; de Jo, que es fuerza salvaje y creatividad en estado puro; de Beth, la angelical; de Amy, presumida y caprichosa, pero forzada a ser humilde. Todas tan distintas y, sin embargo, coexisten de una manera natural. Son una familia entrañable, a la que llegamos a querer en todas sus versiones. También está Laurie, ese personaje tan querido por las March y tan importante será para ellas.

Mujercitas es y ha sido una historia que llega muchísimo a su lectores —lectores de todo timpo, desde su publicación—, que se convierte en un lugar seguro al que volver. Resulta emotiva, inspiradora, muy visceral incluso. Tal vez el motivo sea, en parte, que la autora puso tanto de ella en sus páginas. Sabemos que se basó en su propia familia y en algunas de sus vivencias para escribir la historia, que fue un encargo. De no ser por este encargo, difícilmente hubiéramos tenido la novela entre nuestras manos. No era lo que Louisa solía escribir.

La película hizo un gran trabajo a la hora de homenajear a Louisa, por cierto. Hay múltiples guiños a la manera en la que llegó a publicar Mujercitas, por ejemplo, o cómo se escribió el final que tiene en la actualidad. Recordemos que en esa época las protagonistas tenían que terminar casadas. Incluso se hace referencia a que era ambidiestra, lo que le permitía usar las dos manos para escribir. Hay mucho de Louisa en Jo, desde el momento en el que la autora lo decidió así, claro, pero la película lo sabe transmitir a la perfección y hasta se mezcla un poco la ficción con la realidad. No era algo que esperara encontrar en una adaptación y sin dudas hizo que el final se volviera algo más ambiguo, pero para mí es un acierto. Abre la puerta al debate, a plantearnos un poco mejor cómo habría terminado la historia si la autora hubiera tenido total libertad. Infinitas posibilidades. Yo creo que a Louisa le habría gustado.

Tuve la suerte de poder asistir a la avant premiere de la película, así como a la actividad previa organizada por el #Clubdelecturauy y Penguin Random House. Allí, tras ser agasajados con comida y té muy ricos, gracias a Maizena y Lipton, participamos de un debate grupal sobre la obra y en un sorteo. Después, fuimos todos juntos a ver la película. Ya venía con el corazón calentito por la actividad preciosa, rodeada de gente linda de distintos clubes de lectura del país, pero salí mucho más feliz todavía.

La película es hermosa. A algunos les podrá parecer confusa porque juega con distintas líneas temporales en vez de ser lineal como las otras, pero para mí se diferencia muy bien la época —en el pelo, la ropa, la paleta de colores, el tono. Esto hace que todo tenga un tinte más nostálgico y emotivo: sabemos que las cosas no son como eran antes, pero no sabemos por qué. Me parece una idea innovadora e interesante y aplaudo a la directora por haberlo hecho así. Disfruté montones de las actuaciones, de la música —no he parado de escuchar la banda sonora para escribir o reseñar—, del vestuario hermoso que bien merecido tiene ese Oscar. 




Además de contarles sobre el libro y sobre la experiencia maravillosa que fue la avant premiere, de cómo disfruté la película, quería hablarles de una lectura complementaria que me parece que aporta muchísimo a estos otros dos elementos. Se trata de una novela corta de la autora Gloria V. Casañas llamada En el huerto de las Mujercitas.



En homenaje a Louisa May Alcott. A mediados del siglo XIX en Concord, un histórico pueblo de Massachusetts, los vecinos son ilustres pensadores en la época: Emerson, Thoreau, Hawthorne, y entre ellos la familia Alcott, cuya segunda hija, Louisa May, acaba de saltar a la fama literaria con una novela juvenil.

Hasta allí llega Analisa Clemens en compañía de su tía, huyendo de la Guerra de Secesión. Lectora empedernida, Analisa busca refugio a sus pesares en los libros, y halla una extraña coincidencia entre sus sentimientos y los de las hermanas March de la famosa novela Mujercitas. Un manuscrito que descubre aspectos insospechados de la vida en Concord le demuestra que aquel lugar no es el apacible pueblo blanco que parece, y la intriga por saber a quiénes se refiere el anónimo autor de esas páginas la conduce a la gente de las colinas y a Justin, un joven de carácter y modales por completo opuestos a los de su antiguo prometido. Su afán de vivir aventuras la empuja hacia Orchard House, la casa de las mujercitas de la novela. En ella, Analisa encuentra no sólo la respuesta a sus incógnitas, sino una revelación que cambiará su vida para siempre.

En el huerto de las Mujercitas rinde homenaje a una escritora que evadió los esquemas de pensamiento reservados a las mujeres de entonces, se atrevió a desafiar las convenciones sin perder su amor por la familia ni el romanticismo, y dejó profunda huella en otros escritores. Es también una novela dentro de otra, a tal punto fusionadas que la realidad se torna ficción y ésta se vuelve real. Louisa May Alcott actúa en ella como un personaje más, revelándonos secretos desconocidos de la familia y de su papel en la historia de Concord, un sitio que Gloria V. Casañas conoce y ama, y del que trae para sus lectores, además de una romántica trama, un encantador diario de viaje por Orchard House y sus alrededores.

Poco que decir sobre el contenido de este libro que no esté en la sinopsis. Primero que nada, ¿ven la casa de la portada? Es Orchard House, donde vivió la autora la mayor parte de su vida. ¿Recuerdan la casa de las March en la película? Bueno, ahí tienen otro de los guiños.

Esta novela corta también cuenta con un prólogo muy esclarecedor sobre la vida familiar de la autora y los personajes históricos importantes que influyeron en su crecimiento. Hacia el final del libro, hay un apéndice sobre Orchard House, que la autora conoció en persona, y que incluye fotos de la casa, de los distintos espacios que habitó la familia Alcott.

Más allá de esos agregados, nos cuenta una historia en la que Louisa es personaje, mas no protagonista. Analisa Clemens, una chica sureña que acaba de sufrir la pérdida de su prometido en la Guerra de Secesión, viaja con su tía y termina viviendo en Concord, en el norte, donde habita la autora de su novela favorita. La segunda parte acaba de salir, ella se conoce con Justin, un muchacho que le recuerda a Laurie, con una señora misteriosa que quiere conocerla más... Además, dentro de su edición de la novela, encuentra las páginas de un diario desconocido, de una persona muy enferma... Todo está lleno de guiños a Mujercitas, claro.

Lo que más me gustó del libro, además de que es una manera preciosa de acercarnos a Louisa y a Concord, es el peso que tiene la Guerra de Secesión y el papel de los Alcott en ella. Como podrán saber, el norte era abolicionista y muchos allí incluso ayudaban a los esclavos a escapar del sur. Los Alcott tenían una forma de ver el mundo muy avanzada y libre para su época, por ejemplo, y se rodeaban de la intelectualidad de la zona. Me gustó poder verlos desde este aspecto, ya que en Mujercitas la guerra está presente pero no se profundiza en ella.

Ya sea para reconstruir la época, reimaginar la vida de la autora, conocer mejor los detalles de esta o simplemente disfrutar de una historia sencilla y linda en una ambientación histórica, es una novela corta disfrutable. Me parece que complementa muy bien la lectura de Mujercitas y que puede sacarle una sonrisa a más de un fan.

Como pueden ver, le dediqué casi todo mi enero y parte de febrero a Mujercitas, a conocer mejor a Louisa May Alcott. A volver a una historia de la que me quedaban solo retazos. Estoy disfrutando muchísimo de le relectura y prentendo seguir leyendo la novela despacio, así que dudo terminarla a la brevedad, pero me encanta reencontrarme con momentos que creía olvidados.

¿Si recomiendo la novela? Sí, por supuesto. Eso sí, traten de familiarizarse con el contexto lo más posible. Les juro que la lectura va a ser mucho más amena y que la van a entender a otro nivel. Y, después de eso, va a ser difícil no pensar en Louisa como en una amiga más.



miércoles, 5 de febrero de 2020

Las carreras de Escorpio - Reseña

En las carreras de Escorpio, algunos compiten para ganar. Otros, para sobrevivir. Los jinetes intentan dominar a sus caballos de agua el tiempo suficiente para acabar la carrera. Algunos lo consiguen. El resto, muere en el intento.
Sean Kendrick es el favorito, y necesita ganar la carrera para ganar, también, su libertad. Pero Puck Connolly está dispuesta a ser su más dura adversaria. Ella nunca quiso participar en las carreras. Pero no tiene elección: o compite y gana o… lo pierde todo.

Una hipnotizante y sangrienta carrera de caballos en la isla de Thisby es el telón de fondo para esta evocadora y vertiginosa novela. Esta palpitante historia enfrenta a dos jóvenes con la muerte… Ganar es sobrevivir.





Maggie Stiefvater es una autora que nunca me falla. Cuando la leí por primera vez, con aquella saga de hombres lobo tan peculiar, me enamoré de su prosa. A partir de entonces, siempre agarré sus libros sabiendo que me iban a encantar y, por ahora, no ha sucedido lo contrario. Pueden leer mis reseñas de La profecía del cuervo o de Milagros en Bicho Raro si quieren saber más. Ambos son libros raros en cierto sentido, con personajes entrañables y bien definidos. Atmosféricos. Ahora, Las carreras de Escorpio también lo es, pero va un poco más allá. Es un libro duro, melancólico y brutal.

Aunque la novela se centre alrededor de esta peculiar y sangrienta carrera, no esperen que el libro sea la carrera, que en verdad tiene lugar hacia el final. Se trata más bien de todo lo que sucede antes y de cómo la participación y la preparación para correr afecta a nuestros dos protagonistas, Sean y Puck. Ambos tienen muy buenos motivos para arriesgar su vida en la carrera: Sean, su caballo Corr y su libertad; Puck, su casa y el futuro de su familia. A pesar del miedo, del sacrificio y de que podrían encontrar la muerte en la playa, van a darlo todo por llegar primeros y conseguir el dinero del premio. Por supuesto, no va a ser fácil.

No es una novela alegre, aunque se trasluce una cierta calidez entre el frío de noviembre en esa isla ficticia llamada Thisby. Tampoco es una novela llena de sucesos, sino más bien que lo que nos hace seguir leyendo es cómo enfrentan los protagonistas esta preparación para la carrera y cómo esta termina influyendo sobre sus miedos más feroces y su futuro. A algunos les podrá parecer lenta o aburrida, aunque a mí me resultó envolvente y muy evocadora. Depende del tipo de lector, supongo.

Es importante que sepan desde ya que, cuando digo que es una novela brutal, lo digo en serio. No se corta ni un poco en mostrarnos escenas sangrientas o muertes bastante feas, así que si son impresionables tal vez no sea un libro para ustedes. No es que sea especialmente morboso, tampoco, ni que sea gore, pero me parece adecuado avisarles así nadie se lleva una sorpresa desagradable.

Tal como decía, la trama gira en torno a los personajes. Tenemos a Kate —Puck— Connolly, que es una muchacha valiente y de carácter fuerte que quiere proteger a su familia. Ahora que son huérfanos debido a que sus padres fueron asesinados por los capaill uisce, estos caballos marinos que aparecen en la isla y que son peligrosos e impredecibles, la vida es muy complicada para ella y sus dos hermanos. El padre de Sean también murió debido a los capaill uisce, aunque en una de las carreras, hace muchos años. Ahora Sean trabaja cuidando a los caballos de Benjamin Malvern, un hombre rico, y su mayor ambición es poder vivir en paz con su capall uisce, Corr. La novela se cuenta a dos voces, en primera persona del presente, y ambas tienen mucha fuerza. Son personajes que a primera vista no parecen decir mucho, pero la manera en la que sienten las cosas se te queda pegada al pecho.

La relación entre ambos también me gustó mucho. Dista de ser el típico romance apasionado que uno imagina en este tipo de novelas, sino que lo que nace entre ellos es un profundo entendimiento, compañerismo y preocupación sincera el uno por el otro. Me gustó la manera en que se apoyan entre sí ante tamaño peligro como es el de la carrera, donde podrían morir.

No son los únicos personajes relevantes. Los hermanos de Puck, Finn y Gabe, nos dan algunos de los momentos más emocionalmente potentes de la novela, y son siempre una motivación para ella. Corr y Dove, los caballos de los protagonistas, tienen un vínculo muy especial con sus jinetes y son piezas claves para la novela. Vale aclarar que Dove es una yegua normal, por lo que competir ante los capaill uisce es un riesgo enorme para ella y Puck. 

Por supuesto, también tenemos al resto de los habitantes de la isla, amigos y conocidos de los protagonistas, que llegamos a conocer bastante. Estamos en un lugar pequeño en el que casi todo el mundo se conoce, así que pronto se genera ese sentimiento de familiaridad con todos, aunque sea de lejos. Es algo que a mí en particular me encanta encontrar en una novela, así que lo disfruté mucho.

La causa de esto es, claro, la ambientación. Estamos en Thisby, una isla ficticia en algún lugar de lo que parece ser las islas británicas, dado que se menciona al continente y a América como cosas aparte y en una ocasión se menciona a la reina. No se especifica mucho, así como tampoco tampoco tenemos clara la época. Podemos adivinar que estamos en el siglo XX, ya que la tecnología es escasa pero no llega a ser decimonónica, y no mucho más. La atemporalidad le da un color distinto, casi lo acerca a los cuentos de hadas. Me encantó la forma en que se describe la isla, tanto los paisajes como la vida cotidiana y a su gente. Me sentí allí y las descripciones despertaron mis sentidos. Se puede saborear los pastelitos de noviembre, oler el salitre y el heno. La narración es una delicia, como en todas las novelas de la autora, aunque en esta fue más cruda tal vez, y un poco más fría.

Las estrellas de la novela son los capaill uisce, estos caballos salidos del océano, que empiezan a pisar la isla a la altura de octubre y noviembre, cada año. Son salvajes, impredecibles y muy peligrosos. Más grandes y veloces que los caballos normales, también comen carne y pueden resultar muy engañosos, lo suficiente como para llevarse a una persona al mar y allí... bueno, devorarla. No tengo idea de por qué a alguien se le ocurrió correr carreras con ellos en primer lugar, pero fue muy interesante conocer la manera en que impactan a la gente de la isla a sus vidas en general. Tener una muerte violenta tan cerca te hace diferente. Esto se nota.

En definitiva, es una novela que te cautiva a través de lo sensorial, pero también por lo intenso de sus emociones y por lo imaginativo y nostálgico de la ambientación y la trama. Una novela que tal vez no sea para todo tipo de lectores, pero que sin duda puede convertirse en favorita de muchos. La autora sigue sin fallarme, así que por supuesto que voy a seguir leyendo sus libros. ¿Ustedes?