Escribir es difícil y lleva trabajo. Aunque puede ser una actividad disfrutable —no para todos, no todo el tiempo—, siempre requiere de bastante esfuerzo y tiempo libre para poder llevarla a cabo, así que elegir el momento y la manera no es una cuestión menor. En muchas ocasiones, el momento de escribir es nada más y nada menos que el tiempo libre que se puede tener, que a veces no es mucho o en el mejor momento del día.
Tengo que avisar de antemano que es muy posible que todo lo que diga en esta entrada no les sirva para nada a muchos de ustedes. Después de todo, cada escritor es diferente y la funcionan distintas cosas, sobre todo al momento de escribir. Por lo tanto, lo que voy a hacer es contarles qué me funciona a mí y qué he ido aprendiendo, por si alguna de estas cosas termina por servirles. Y tal vez sea un poquito largo, perdón.
El caos
Escribo desde niña. Sé que esto suena muy cliché, pero es cierto: guardo todo lo que escribo desde el año 2000 —acabo de darme cuenta de que son veinte años y me siento muy vieja— y ya desde esos primeros tiempos tenía intenciones de seguir escribiendo siempre. Esto lo digo para que sepan que, desde entonces, mis tiempos y rutinas de escritura han cambiado mucho. Cuando era niña, podía escribir cuando tuviera ganas, básicamente. Tenía montones de tiempo libre y lo hacía cuando quería, total. Y eso que tenía bastantes ambiciones respecto a la escritura, pero no me ponía horarios ni pensaba en eso. Tampoco era lo suficientemente constante como para terminar nada, al menos hasta los doce o trece años.
Cuando estaba en el liceo, a veces escribía en las clases que me aburrían. Escribía a la vuelta, casi todos los días, para poder compartirlo en el foro literario en el que participaba. Me cuesta mucho escribir de tarde, pero en esa época era lo que más me servía. No sé si llegó a ser un hábito, pero escribir me entusiasmaba y me distraía bastante de otras cosas.
Algunos ya saben también que siempre tuve bastantes problemas para conciliar el sueño. Incluso, allá por la prehistoria, este blog se llamaba Sin melatonina. En fin, esto ocasionó que escribiera de noche, a veces de madrugada. Terminé casi todas mis novelas a eso de las cinco o seis de la mañana, con la adrenalina de estar sobre el final y tras una noche en vela.
Después, de más grande, la facultad y otras cosas hicieron que me costara muchísimo concentrarme para escribir. A veces, ni siquiera tenía ganas y, si las tenía, se iban en cuanto me ponía a hacerlo. Por eso es que muchos de mis proyectos publicados empezaron cuando todavía estaba en el liceo y los terminé muchos años después. Fue una época de poca motivación y de dificultades para centrar la atención. Cuando encontraba tiempo, claro. Ese fue otro gran problema.
Entonces, como verán, nunca tuve un hábito de escritura real. Nunca fui muy constante y terminé por desmotivarme muchísimo, al punto de plantearme dejar de hacerlo por completo. Total, ¿para qué? Es obvio que hay otras cosas detrás de esta desmotivación que fui resolviendo en terapia, pero la escritura siempre estuvo muy ligada a mi ánimo.
El descubrimiento
El año pasado fue uno de los más productivos de mi vida, sobre todo en cuanto a la escritura. Sabemos, espero, que no valemos en función de nuestra productividad, pero me hizo muy feliz poder meterme en proyectos, nuevos y viejos, como hacía años que no lo conseguía. ¿Qué es lo que cambió? Bastantes cosas.
La primera es que estaba en un mejor momento, después de un par de años turbulentos. No voy a mentir respecto a eso. La segunda es que, por fin, logré terminar un par de proyectos que tenía pendientes desde 2011 y 2012. Me costó un montón y terminé agotada, pero valió la pena. Sobre todo porque en agosto, durante la #MMEUY, encontré una historia que me motivó lo suficiente como para aceptar el desafío de escribir todos los días e intentar terminarla.
Lo conté por Twitter en su momento, pero escribir todos los días fue un ejercicio que me cambió la forma de escribir. Descubrí que, si me lo proponía, podía hacerlo. Y que, con el paso de los días, ya no me costaba tanto sino que se volvía hasta algo necesario para empezar mi día. No creo que escribir todos los días sea la clave, pero sí con una frecuencia que haga que nos acostumbremos a ello. Que sea parte de nuestra rutina, que nos salga solo. Con la novela anterior, escribir 500 palabras era un desafío inmenso. Con esta, mi promedio estuvo en las 1300 diarias y hasta lo disfrutaba.
La cantidad de palabras tampoco dice nada, pero escribir mucho, seguido y disfrutarlo es algo que me parecía imposible conseguir. Tampoco creí que fuera a ser capaz de concentrarme de verdad y de no abandonar a la primera de cambio. Tenía cero confianza en lo que podía lograr, pero a raíz de esta experiencia, sé que puedo hacer lo que me proponga. Y eso es muy importante.
Entonces, después de toda esta perorata sobre mi vida y sobre lo que aprendí, ¿cómo me concentro para escribir ahora? Encontré un par de elementos constantes que me sirven un montón y que hacen que todo fluya con más facilidad. Cuando sé que voy a escribir, trato de que todos estos elementos estén presentes para poder funcionar mejor. Esa es mi manera de planificar una jornada de escritura.
Tomar el hábito
Como decía más arriba, si hacemos que escribir sea parte de nuestra rutina, como el café con leche al desayunar, nos va a salir solito. Conseguir que algo se vuelva un hábito lleva más o menos un mes, dicen, así que no es algo que salga de la noche a la mañana. Instancias como la #MMEUY o el NaNoWriMo pueden ser muy buenas excusas para intentarlo.
Insisto en que tampoco es necesario escribir todos los días para que se vuelva un hábito, pero sí sería bueno que fuera algo relativamente constante. Los momentos en que escribí más y mejor fueron aquellos en los que lo hacía con frecuencia. El año pasado descubrí que podía escribir bastante y disfrutarlo porque ya estaba acostumbrada a hacerlo. Hasta me cansaba más o menos cuando alcanzaba cierta cantidad de palabras, que era la que acostumbraba escribir.
Escribir todos los días me ayudó hasta a dormir mejor. Yo, que siempre había tenido problemas para dormir y madrugar era una especie de infierno, empecé a levantarme de mañana para aprovechar el día. Así, las mañanas se convirtieron en mi hora favorita para escribir y terminé por dormir a horas más saludables y sentir que empezaba el día realizada, habiendo hecho algo que me gusta y cumplido una meta. Ni yo lo puedo creer del todo.
Música (pero no esa música)
Aunque a veces funcionaba, en general no soy muy de escribir con música. Me terminaba distrayendo más que otra cosa —lo que es una pena, con lo que disfruto de hacer playlists de mis historias o personajes. A pesar de eso, mi capacidad de prestar atención es muy limitada y siempre termino haciendo otra cosa, aunque no quiera. El año pasado también descubrí las playlists de Spotify con música de piano de fondo o instrumental.
Al usarlas para escribir, creaban una especie de efecto burbuja que me ayudaba a concentrarme, a veces al punto de ni siquiera escucharlas. Eso no importaba, hacían que la atmósfera se volviera óptima para trabajar y para meterme en la historia. También las recomiendo para otro tipo de tareas porque el efecto es el mismo. Mis favoritas son Peaceful Piano, Piano de fondo, Wake Up Gently, Focus Now, Deep Focus, Read & Unwind, Calm vibes, Piano in the Background, Bookclub, Lo-Fi Cafe... Ya se imaginan. Hay un montón similares y hasta pueden crear las suyas propias. El punto es que sea música así, inocua, que ayude a la concentración en vez de distraer.
Un tecito
Parece un chiste, pero ni tanto. Me sirve montones tener esta especie de «ritual» de calentar agua mientras se prende mi computadora, hacer el té, tomarlo y escribir, pensar, lo que sea. Además, es algo que hacer con las manos. No sé ustedes, pero yo no sé estar quieta. Me cuesta horrores hacer una sola cosa a la vez, por eso termino distrayéndome a la primera de cambio. Con la música de fondo y un té en las manos, lleno esos cupos, digamos, y puedo concentrarme en escribir más tranquila.
Además, amo tomar té, para qué mentir. Y sí, un café o una cocoa o cualquier otra bebida sirve para lo mismo, acá es a gusto del consumidor. No recomiendo hacerlo con comida porque puede ser más complicado si se vuelve un hábito, pero una tacita de café para tener al lado mientras escribimos funciona bastante bien.
Y básicamente es eso. No es que tenga muchos secretos, sino un par de cosas que, después de muchos años de rebotar entre horarios y en general pasarla mal, terminaron por funcionarme y hacer que mi vida sea más relajada y feliz. Cuando sé que voy a escribir, me duermo más contenta y me levanto con más ganas. Después de empezar el día escribiendo, paso el resto de la jornada con la satisfacción de haberlo hecho. De haberme demostrado a mí misma que puedo.
¿Cómo hacen ustedes para concentrarse? ¿Planifican sus días de escritura? ¿Creen que algo de todo esto pueda serles útil? No dejen de comentármelo ♥
Hola, qué bonito que disfrutes de los procesos creativos, uf, hace un montonal que no escribo así que a lo mejor alguno me mueva la imaginación ja, ja, ja, vemos :P
ResponderEliminar¡Besos! :3
Team Rutina presente! No puedo irme a dormir sin hacer algo referente a la escritura en el día; mi cerebro no me lo permite. Yo no tomo té, pero siempre tengo la botella de agua al lado.
ResponderEliminarMe encanta leer tus palabras y consejos. Escribir no es algo que me haya planteado, pero si de vez en cuando me vienen historias a la cabeza. Pero no sé, no me veo escribiendo. Quizá en algún momento me anime.
ResponderEliminarBesito ♡